Desperté esta mañana, caminé al baño a asearme, fui a la cocina y preparé un té para despertar y estar alerta.
Es lunes y estamos aún en
pandemia, hoy terminan las vacaciones dentro de las “vacaciones” de la realidad
y de algo que parece un sueño, un episodio crudo y doloroso que ha durado más de
un año, de uno donde he visto casi morir a mis padres mientras me mantenía con
fuerza para luchar y no darme por vencida. Gracias a Dios seguimos juntos y
luchando. Mis padres son maestros
jubilados, y casi vivimos en el ISSSTE pues acudimos a la “máquina
rejuvenecedora”, como él le dice, cada tercer día para recibir su hemodiálisis. No ha sido fácil vivir este cambio de vida
para la familia y menos frente a esta pandemia. Aún en medio de todo esto, ellos, mis padres aún hablan de sus escuela a donde viajaron durante diez años
a San Tadeo y Chiquihuitero en Calvillo Aguascalientes. Se dice que nunca se
olvida el lugar donde se amó tanto.
Este episodio del COVID me acercó mas a mis padres, conocí el miedo y también mi fuerza. Este años perdí a una de mis compañeras de
la escuela mientras daba nueva vida, hecho que me tocó en lo más profundo, pues
yo aún hubiese querido volver a ser mamá y pude compartírselo a ella cuando
acudió a la escuela por un juego de libros de su materia. Aun recuerdo el brillo de su mirada al contar
el nombre que le pondría. No nos volvimos a ver, la pandemia nos separó a
todos, estoy segura que alguno se sintió como yo, una parte tan importante y
tan nuestra, de nuestra escuela, se había ido, el hueco no se puede describir.
El vacío de la partida de
Xóchitl me susurró por muchos meses; prometí hacerle un mural cuando todo esto
acabe y conmemorarla en la escuela; es lo menos que deberíamos hacer. Así se fue ella, como muchos, y todos con una
historia tan importante como la vida. En la escuela nos vemos, a veces
convivimos entre maestros, pero pocas veces profundizamos realmente en la otra
persona, aún me quedé pensando que la pude conocer mejor.
Mi profe Alberto, que también partió, lo
conocí en un taller de educación artística para carrera magisterial, fue mi
alumno y se fue hace semanas después de luchar mucho. El maestro de la voz
hermosa, el del talento para hacer reír a sus niños de primaria, para
transformarse en lo que fuera con tal de captar el interés y trasmitir ese amor
a aprender. La última vez que nos
escribimos supe que su salud era delicada, siempre se mantenía con fe, siempre
muy sonriente, se veía feliz, había hecho una nueva vida y estaba disfrutando
del amor. Sus alumnos constantemente le
escribían recuerdos pues acababa de jubilarse. Un maestro ejemplar.
Y ¿Qué es un maestro ejemplar? Estos días,
meses ya, que hemos estado en casa, trabajando desde la computadora, he
recordado mucho a mi abuelo, sus palabras y la imagen de maestro que el me
infundo, mi abuelo Marcelo de gran carácter y porte, de voz dulce y gran
paciencia, él sabía ser maestro y yo lo reconocía. Dios me permitió acompañarlo cuando partió al cielo y quien en sus últimos meses
me regaló momentos hermosos junto a él.
Antes de partir mi abuelo ya
no era tan fuerte como lo recordábamos, había logrado superar el cáncer y su
estado de salud era frágil, el Alzheimer había hecho de las suyas y a veces
estaba como en un sueño. Aún así cada momento junto a él me representaba un
gran confort a mi ser, yo había convivido poco con él de niña y ahora la vida
me daba la oportunidad de escucharlo y conocerlo desde otro lugar. Una tarde llegué a su casa de visita, había
quedado de ir a cortar su cabello, tomé algo en la cocina con mis abuelos y nos
fuimos al cuarto, preparé las tijeras, mi abuelo se sentó en la silla y
comenzamos a cortar. Esos minutos se volvieron oro y seguramente no se podrán
olvidar. Me contó de su escuela, que esa
tarde había manejado hasta la escuela y lo habían recibido sus alumnos hasta el
carro. También me contó que recogieron un palomo que cayó de un árbol, que lo
alimentaron por una semana hasta que empezó a volar. Me dijo que estaba
ensayando el coro para el día de la madre y que iba a acompañarlos al violín.
Mi abuelo tocaba el violín y alguna vez lo vi actuar para sus alumnos en una
graduación. Ahí aun no llegaba la enfermedad, y aún a quienes le rodeábamos nos
parecía todo tan común. Todo aquello recordé esa tarde mientras terminaba el
corte de mi abuelo. Su cabello era muy delgado ya y no había mucho que cortar
pero, esta experiencia era mejor, nada podía ser mejor que ese
instante; terminé y me dijo: "¡Gracias
señorita, Ahorita le pagan!", entonces
asentí con la cabeza y le ayudé a volver a su sillón a descansar.
Mi abuelo era un maestro especial ¿Qué lo
hacía a él especial? que aún después
de que su mente solo se quedaba con los recuerdos de vida más esenciales y
significativos, él siempre iba a la escuela, al festival, al proyecto de
investigación, a su coro, un camino mental significativamente recurrente y
esperanzador. ¿Por que recordaba aquello
tan bello si había pasado tantos años y el lo vivía como si estuviese allí? el primer maestro de la familia que conocí fue él, y él me dejó esa imagen y ese motivo, el de creer en que si existen
personas esperanzadoras, las que
transitamos cada día, las que elegimos o el camino nos eligió. La misión de
tocar, de inspirar, de sentir y de ser espectadores de la vida con sorpresa y
con simpleza, la del humilde maestro que
sirve al otro, que brinda un servicio sensible y mágico, el que te hace
descubrir tus mas profundos dones y te ayuda a desarrollarlos.
La pandemia me sacó de mi
zona de confort y me obligó a ver lo simple y necesario de la vida, a observar
con amor y apertura la vida de ellos, los niños, como un gran tesoro que debo
ayudar a proteger.
Episodio crudo y mágico a la vez. En este mismo
episodio me mudé de casa con mi hijo y nuestros dos perros, iniciamos una nueva
aventura que me dio esta nueva oportunidad de vida, habíamos pasado lo peor y
no había nada que perder, el encierro se volvió una nueva realidad y merecía la
pena rodearme de un entorno bello que nos hiciera sentir bien. Me siento adolorida, recibí la vacuna hace unos días y hoy aún tengo dolor de cuerpo, las ideas revueltas pero muchas ganas
de hacer algo distinto, de ser un agente educativo distinto, de ser una persona
distinta, más como yo, yo misma, o por lo menos la versión real, por que lo
real es lo que trasmite.
Recordé a mis maestros, a
los de la vida y los de la escuela, volví atrás y recordé los relatos de mi
madre sobre sus maestros y el impacto que tenían en el pueblo, tanto como un
consejero o un chamán, tanto como alguien que es genuino, que es sensible. Mis
padres fueron un ejemplo de ellos, aún recuerdo ver la Brasilia de papá llena
de muchachos vestidos de revolucionarios desfilando por las calles del pueblo
el veinte de noviembre, o llena de copas y diplomas para una graduación, los
chicos recuerdan la benevolencia hacia ellos y la atesoran toda la vida.
¿Será tan difícil tener una
historia genuina que trasmitir, ser un oído para el que se acerca con necesidad
de un consejo? ¿Será tan difícil volver a ser aquel simple y humano profesor que caminaba entre ramas y
piedras para buscar una mariposa y explicar lo que es la Metamorfosis? Solo para encontrar ese instante, y en el
camino contar un cuento a sus niños, sentarse en el suelo con ellos y
trasmitirles no solo un conocimiento, sino una manera de ver la vida, trasmitir
amor a través de la curiosidad y ser tan humanos, como lo son ellos.
Los maestros también tenemos miedo, también
tenemos familia, una pareja que cuidar, penas guardadas que cargamos silenciosamente
para que ellos, nuestros niños, tengan un espacio diferente.
Que tanta falta hace vernos al espejo y
convertirnos en el maestro de mi pueblo, el que sacrifica tiempo por que
disfruta el ser escuchado y el escuchar, los que cuidan un sueño como los hijos
nuestros, los que saben que el impacto de sus palabras empáticas y amorosas
resonarán por siempre en la mente de un individuo que tal vez también decida
ser maestro e inspirar.
Que falta hace volver a ser
los maestros consejeros, los que tienen un lugar reservado en las oraciones de
algún alumno, los que están para ellos tal cual son, sin filtro, sin
transparencias difusas de egos o de competencia. El maestro que queda para siempre como
Xochitl, Alberto, Marcelo… los maestros que quedan en el recuerdo del alma son
los que caminaron un día bajo el mismo sol que uno de sus alumnos, los que
lloraron una pena ajena como si fuera de ellos y miraron las estrellas danzar
en soledad mientras pensaban en uno de ellos, sus niños, no de carne si no del
corazón.
A todos mis maestros con
profundo respeto y amor, a Ana Lilia y Octavio mis maestros de vida y grandes
maestros de la escuela. Su mensaje he
trascendido y resuena cada día, no hacía falta lograr tanto ni ser tanto,
bastaba con ser un ser sensible, un oído y mirarnos al espejo tal cual, el
maestro genuino, el maestro amoroso...
¡Gracias, gracias, gracias!
Laura Elisa Silva Ramirez
Maestra Educación artística
Escuela secundaria Técnica 2
Gracias por compartir, gracias por una narrativa tan amena y que traslada a otros escenarios, a visualizar la educación desde la emoción y no desde las estadísticas. Gracias por interesarte en este espacio para compartir con otros docentes tu visión, espero que sea la primera de muchas colaboraciones.
ResponderEliminarRecibe un abrazo, Atte. Mónica Álvarez Rocha
Gracias por leernos. Recuerden que ustedes son quienes enriquecen este espacio.
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